jueves, noviembre 11, 2004

 

Semana 14

Holas:

Que el Señor esté contigo.

Como te comentaba, la semana pasada todo el grupo de novicios asistimos a un taller para abordar de manera práctica el tema de la compasión y afrontarlo “con el pueblo que sufre”. Bueno, pues esta semana lo he empezado a poner en práctica. Sin embargo, me siento mal porque mi cambio de actitud comenzó a poner a prueba mis relaciones con algunos de los voluntarios que colaboran con nosotros en el comedor en el que ayudamos por las mañanas. Para ser más específico, con la encargada del equipo de cocineras de los días martes y jueves, la señora Rubiela. Escribí Rubiela, no rubéola, porque así se llama ella aunque Word me lo marque como error. Volviendo al caso, en el taller habíamos platicado sobre las acciones directivas y las educativas, como algunas de las cosas importantes en la clase de servicios que brindamos. El Padre Federico entendía que las acciones directivas buscan la transformación de la realidad, al tiempo que las acciones educativas intentan que los sujetos se hagan personas humanas. El caso es que estaba yo tan metido en aquellas reflexiones, queriendo aplicarlas en el servicio concreto, que este día jueves 11 la cosa se descosió por donde menos lo esperaba: dentro. Rubiela se acercó a la puerta y me pidió que pasaran los hijos de una voluntaria de su equipo. Yo le pedí que esperaran su turno como todos los demás niños. En ese momento habría unas treinta personas esperando pasar. Ella insistió, y, al instante, le respondí que así como yo no iba a la cocina a indicarle como cocinar, así ella tampoco tendría que venir a organizar la entrada de los niños. En un santiamén se dio la vuelta y se metió enojada a la cocina. La señora Rubiela es gordita, bajita y cincuentona, tiene el cabello corto y cocina bien. Al final de la jornada, una vez que ya no había filas en la puerta, entré a la cocina y busqué a la mamá de los niños. Ésta me dijo la disculpara, que todavía estaba “brava” (es decir, enojada y resentida). En cambio, cuando busqué a doña Rubiela, ella ni siquiera me dirigió la palabra. Así que, enfundado en las ideas del taller, la enfrenté y le pregunté qué le pasaba. Ella me salió con una sarta de cosas en las que incluyó muchas que ya tenía atrasadas, empezando con la idea de lo injusto que le parecía no darle privilegios a los hijos de las voluntarias, pasando por la constatación de lo que le había dicho su mamá sobre lo orgulloso de los mexicanos, y terminando con la afirmación de haber equivocado su primera impresión sobre mí. Lo que ella no supo y no sabe es que para cuestiones de argumentación, cualquier seminarista sabe dos o tres reglas básicas, por lo que, retomando punto por punto, rebatí todas sus afirmaciones, excepto las de carácter personal y de apreciación. Porque para mí, hay más injusticia en servir con dos cucharas diferentes los platos, según sean para las voluntarias, sus esposos y sus hijos una grande o para los demás una chiquita. Respecto a lo orgulloso de los mexicanos, sólo le comenté que no era bueno generalizar, porque sería como pasa en la actualidad con los colombianos, a muchos les parece que todos son narcotraficantes y corruptos, aunque no todos lo sean. Y así por el estilo. La cosa es que algunas cosas me dolieron y otras más me hicieron reír.

Lo llamativo fue descubrir una faceta más de la cultura colombiana. Esa vez fue la primera que alguien me llama “atrevido” (después averigüé que en el uso local adquiere la segunda significación del diccionario, esto es algo así como “insolente”, es como si me hubiera dicho “jovencito, me ha faltado al respeto que me merezco”, lo cual tampoco deja de ser chistoso. Por cierto, la primera acepción es la de arriesgado).

Hablando de cultura colombiana, esta semana vimos las películas Colombianos, un acto de fe y Sístole y diástole. Una buena dosis de racismo, clasismo y pobreza, en un marco de enredos de pareja clásicos.

A pesar de todo, lo mejor de la semana fue la película Decisiones del corazón, que vimos el miércoles 10 en una copia casera de cuando la programaron en un canal de cable y que envió una familia de su pueblo al Padre Vladimir. Aunque ya había yo visto esa película hace como siete años, esta ocasión me pareció más fabulosa todavía. El filme trata sobre la vida de una misionera que junto a otras tres religiosas fueron asesinadas en El Salvador en tiempos de Monseñor Romero, quien tiempo después también fue asesinado, como también te comentaba la semana pasada. Muy realista, muy emotiva, muy recomendable. Yo supongo que no seré mártir –no lo sé en realidad– pero, ojalá tuviera una experiencia de conversión y de seguimiento de Jesús como lo tuvieron todos estos religiosos salvadoreños en las épocas más duras de la represión militar.

Lo anterior me parece cada vez más complicado. Imagínate, esta semana nos compraron una mesa de ping-pong. En palabras franciscanas, la hermana pobreza se aleja cada vez más. Mientras que lo que sí puedo hacer no lo hago, por ejemplo esta semana se me olvidó el cumpleaños del Padre Ismael, que también es "mexicanito", y no lo felicité ¡sino hasta un día después!

Lo que sí puedo hacer es desear que te vaya muy lindo esta semana.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

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