jueves, noviembre 25, 2004

 

Semana 16

¿Qué tal?

Por acá desastroso.

Creo que puedo empezar recordando un poquito lo último que me pasó la semana pasada. El miércoles, según te conté, visitamos el campus de la Pontificia Universidad Javeriana. Después de lo cual tuve oportunidad de platicar con el hermano Roberto a iniciativa suya. Me llamó aparte luego de una partida de ping-pong en la noche. Caminamos hacia la cancha de básquet y allí me comentó que se había dado cuenta de la forma en cómo me llevaba con dos hermanos. En otras palabras, que ni nos dirigíamos la palabra. Y yo me abrí con él, le dije lo mal que me había llegado a sentir por algunas cosas en las que no congeniaba y la forma en cómo decidí afrontarlo: con mi propia reforma. Para ponerte un ejemplo de algunas de las incoherencias que yo veía, antes de la visita universitaria de ese miércoles nos habían dicho que sólo iríamos a ver y quien no quisiera podía quedarse en casa aprovechando el tiempo. Aún así no faltó el que, al llegar, permaneció en el estacionamiento de la Universidad arriba de la camioneta, sin hacer la visita… En fin, supe también más de Roberto, de su vida y de los problemas que tenía él también para integrarse a estos hermanos. Hace tiempo yo le había preguntado a quemarropa qué esperaba cuando entró a la comunidad, pero me contestó hasta esa noche:

–No esperaba esto.

Conocí una parte del proceso personal que estaba llevando, el cual hasta incluía la posibilidad de cambiarse a una Diócesis. Es decir, Roberto había decidido hacer una crítica radical a lo malo que él veía, aquí y en su Provincia (Estados Unidos), cuya decisión incluía salir de la comunidad. Hice mi parte respecto a lo que me estaba contando: exploración, clarificación, alguna interpretación. No creo que sirviera de mucho porque su decisión parecía estar tomada antes que decidiera contármela.

Los días siguientes Robert hizo lo habitual en estos casos, platicó con el Padre Vladimir y el Padre Pedro, nuestros acompañantes –aunque más para informarles su decisión que para dejarse acompañar en su proceso de discernimiento–.

Mientras tanto, a nivel personal resulta, entre la piscina del parque el día 15, las desveladas al aire libre y lo de las relaciones comunitarias malas de mi parte, me enfermé por primera vez desde mi llegada. Desde el paseo y día a día fui teniendo un dolor en los oídos cada vez más fuerte, hasta que el día viernes no tuve ánimo de levantarme temprano para prepararme a la oración. Vladimir al darse cuenta de mi ausencia, fue a visitarme y, en cuanto me vio hinchado de la cara preparó todo para poder salir temprano de la finca e ir de inmediato al doctor. Gracias a Dios contamos con un seguro en Comfandi, por lo que enseguida tomamos un taxi y, en el viaje, Vladimir y yo intercambiamos visiones sobre el caso de Robert. Al llegar al Seguro no pude evitar conocer otro aspecto de Colombia: aquí está privatizado hasta el Seguro Social. ¡Y aún así el servicio es pésimo! Fíjate, sólo llegar a urgencias hay que esperar en una sala, donde te van atendiendo por turno. Nos tocó el turno 98. Decidimos que podría aguantarme el dolor y mejor hacer una cita para el turno vespertino. Por la tarde me llevaron de nuevo hasta el Seguro, pero esta vez me dejaron allí solito esperando mi turno, mientras acompañaban a Robert en lo que sería un largo ritual de despedida: las compras de souvenirs para llevar y de libros para regalar a la gente antes de irse. A mí me diagnosticaron otitis y una alergia dérmica, la primera gracias a los cambios de presión en la alberca y para la cual me recetaron Amoxicilina (lo mismo que me había ofrecido Paco una noche antes), mientras la alergia me la dejaron de origen desconocido ¡y me la trataron con un jaboncito! No dejé de sentirme un poco frustrado.

Entre todo esto algo bueno había de suceder, así pude, mientras convalecía en cama el sábado completito, con el favor de Dios, dar a luz un proyecto que traía cuando me vine a esta experiencia: celebrar los 400 años de la obra cumbre de la literatura castellana leyendo El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, en una edición popular de Martín Alonso. Desde que llegué a la casa parroquial el Tomo I (de dos) de esta obra andaba rondando por entre los libreros, sin haberle podido encontrar un lugar fijo, pero sí muchas utilidades: pisapapeles, base o tapa de recipientes y tope para otros libros que no podían sostenerse por sí mismos. Una tarde lo tomé y me atrapó. Por cierto, alguien me hizo notar que mi forma de escribir era a veces “demasiado antigua”. No sé a qué se refiera con exactitud esa expresión, tampoco sé en qué grado esta lectura haya influido para que este amigo me escupiera esa frase, lo que sé es que el idioma escrito bien no lo entienden todos. A mí me basta saber ahora –hasta ahora– que gran parte de nuestras expresiones habladas, incluso refranes, provienen de esta composición. Tengo la costumbre de subrayar libros cuando los leo, y aunque casi nunca recojo aparte lo que subrayé, es decir, casi siempre tengo una costumbre inútil, para vencer esta rutina, de la misma obra recogí tan sólo los subrayados siguientes y los quiero compartir contigo:

«Es natural condición de las mujeres desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece» (Don Quijote, Parte I, Cap. XX).
«Dure la vida, que con ella todo se alcanza» (Cap. XXII).
«La esperanza nace siempre juntamente con el amor» (Cap. XXXIII).
«–A Dios vais… –Con Él quedéis.» (Cap. XXXV).
«La verdadera nobleza consiste en la virtud» (Cap. XXXVI).
«A quien Dios se la dio, san Pedro se la bendiga» (Cap. XLV).
«La diligencia es madre de la buena ventura» (Cap. XLVI).
«La mentira es mejor cuanto más parece verdadera, y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible» (Cap. XLVII).

Por fin, pues, ya para el domingo estaba bastante mejorado y con unos simples tampones de algodón en los oídos pude salir de mi cuarto y reintegrarme a las actividades parroquiales. Entre las cosas que no me perdí estuvieron, como te decía, los rituales de Roberto, entre curiosos y bien craneados, que usó y protagonizó para despedirse, los cuales incluyeron invitación al boliche y al billar a todo hermano que quisiera asistir con todos los gastos pagados; a otros les regaló los buzos (así le dicen acá a las playeras) bordados con el escudo de la Orden y las camisas y que le había regalado su Provincial. A mí me tocó un par de libros de espiritualidad en inglés, que me había prestado hace tiempo para seguir practicando esa lengua. En la cena le cantamos alguna canción más o menos triste y algún hermano le dirigió unas palabras. A esa hora a mí ya me había vuelto el dolor de la otitis y lo que quería era descansar.

Con nostalgia, el lunes 22 José, Vladimir y yo madrugamos para acompañar a las 5 a.m. la salida de Robert en vuelo directo a Los Ángeles (LAX).

Para la tarde la vida siguió como de costumbre: a las 4 hubo reunión comunitaria para organizar las festividades decembrinas. Allí se comentó de pasada que convendría reflexionar sobre la salida de Roberto y la salida anterior de Gerardo.

La tormenta se desataría hasta el martes 23, cuando se improvisó una reunión del Noviciado en pleno. Luego de una exhortación del Padre Pedro, nuestro Maestro, comenzamos cada uno de nosotros a hablar sobre cómo nos sentíamos respecto a la salida de Gerardo y la reciente de nuestro connovicio Roberto. Cuando hablábamos de la primera, no había mayor emotividad… cuando hablábamos de la segunda, no podíamos evitar se tocara el tema de las actuales relaciones en casa –fatales, como te he estado contando–. La novedad para mí fue la impresión que tanto Alexander como Carlos tenían de mí, igual de mala que la mía frente a ellos. Y, como hablando se entiende la gente, de mi parte y de la de ellos todo quedó saldado y en buenos términos.

La sorpresa de la tarde fue, pese a lo mío con Alex y Carlos, la revelación del Padre Pedro del motivo más grave que el mismo Roberto le objetó: sin preámbulos y sin cortapisas, en presencia de todos nosotros, el Padre nos dijo que Roberto insinuó que dos de los novicios eran pareja, y que este tipo de actitudes eran también muy frecuentes en la Provincia de Estados Unidos –de donde él venía–. Sin más pruebas que su imaginación loca, dijo también que lo que le había llevado a semejante conclusión fue esa ocasión, de la que te hablé la semana pasada, en que tembló y alguno de nosotros no salió de su cuarto. Según Roberto, esa noche estos dos habrían estado juntos y eso les habría impedido salir de una misma habitación. Mi principal objeción, descontando que Roberto mismo hubiera revisado esos cuartos, es la siguiente: no es obligatorio salir de un cuarto en un temblor y, en caso de sí haber querido salir, a nadie le hubiera detenido el miedo a que le viéramos, ya que ni tiempo hubiera tenido de pensárselo porque todo aquello sucedió en segundos.

Nadie, me parece, se esperaba esa última parte. Nadie tampoco tuvo algo qué agregar a los pensamientos de Robert. No hay necesidad de decir que, como se esperaba, los hermanos negaron todo lo que pudiera pensarse o decirse al respecto, y, además, expresaron toda su disponibilidad a dejar de aparecer juntos, si así se pedía. En otras palabras, si alguien tenía la responsabilidad de que ellos estuviesen reunidos en algunas actividades pastorales eran los que los ponía juntos y no ellos mismos, que ni lo buscaban ni lo pedían. Expresaron asimismo su decisión de irse siquiera el Padre dudaba de su hombría.

Al día siguiente hubo que aplicar una operación de cicatrización o de reanudación de lazos fraternos, para lo cual nos dimos tiempo para platicar entre nosotros. Todavía estaban muy lastimados. Cuando hablé con Alex respecto a nosotros dos, le dije sólo que, a mi entender, una relación de hermanos, como la que estamos intentando, no se da sólo cuando uno coincide en los lugares, sino cuando dejamos en el otro no otra cosa sino la identidad de hermano; es decir, cuando yo dejo al otro ser mi hermano, y yo lo trato, percibo y amo como tal. Una relación así marca a la otra persona y me marca a mí de tal manera que las circunstanciales barreras ni del tiempo ni del espacio pueden romper esta relación, porque forma parte de lo que soy yo y de lo que el otro es. Mejor dicho, como lo que tú y yo estamos intentando a través de estas comunicaciones: no buscamos el chisme, ni saber qué sí y qué no pasó, sino profundizar nuestro encuentro venciendo las barreras de la distancia física y de nuestras rutinas; al menos mi intención, te repito, no es chismear, sino que me conozcas y sepas cómo, en estas experiencias, actúa Dios.

Aunque, por como quedaron las cosas, el jueves nadie quiso ni se acordó de celebrar el muy gringo día de Acción de Gracias.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

jueves, noviembre 18, 2004

 

Semana 15

Hola:

Espero que estés muy bien.

¿Por dónde empezar cuando la semana no estuvo tan bien?

Este período hubo muchos acontecimientos en nuestra comunidad y en mi vida personal. Sin embargo, parece que no fueron lo mejor que pudo sucederme. ¿Recuerdas que te conté lo mal que lo pasé el jueves con la señora Rubiela, una de las encargadas del comedor en el que participo como novicio-voluntario? Bueno, pues al día siguiente tuve también una discusión con Alexander, de mi grupo de novicios. El tema era de poca importancia: el rol para el servicio al Banco de alimentos, es decir, para ir a recoger el viernes la comida de los niños del comedor que nos proporcionan en la Fundación de la Arquidiócesis. No obstante, la disputa fue reflejo de unas malas relaciones que hemos ido llevando él y yo. Por falta de organización mía, mientras desayunábamos casi todos los novicios, pregunté quién iría al Banco el mismo día que se había de ir. Y, claro, mi pregunta indicaba que ninguno de los tres que habíamos ido la semana pasada iríamos esta ocasión. Hubo silencio. Alex tuvo la mala suerte de empezar a compartirnos su agenda para ese día. A mí me molestó porque yo bien suponía no faltaría el que tuviera “cosas que hacer”. Le exhorté, si ya tenía pretexto, lo platicara con los demás para ver si lo suplirían. Me contestó no era pretexto. Y así, nos fuimos enfrentando con palabras y frases cada vez más duros, sobre todo porque salieron a relucir los prejuicios que nos hemos ido haciendo uno del otro. Por ejemplo, cuando me señaló su mucha disponibilidad para realizar ese servicio, le reviré que su disponibilidad correspondía a un catorceavo, esto es una ocasión de cada catorce. Él me remarcó mi incoherencia al querer organizar los horarios de la vida de los demás, mientras no permito nunca que alguien me organicé los míos, y así por el estilo…

En fin, cuando todo terminó, me quedé con un sabor feo. Al salir del comedor, a Paco, que no había estado presente, le expresé que se había perdido “el numerito que [yo] acababa de hacer en el desayuno”. Alex terminó realizando el servicio y esa tarde me quedé en la casa pensando en lo inoportuno de la situación ¡y, además, sin nada qué hacer!

Quizá lo bueno ha sido que estrechado un poco más los lazos con otros hermanos con quienes casi no había compartido hasta ahora, como Roberto o José por ejemplo.

Pero bueno, el fin de semana hubo, sin embargo, mucho ajetreo en la Parroquia, tanto que de momento se me olvidaron estas situaciones. El domingo 14 de noviembre celebraríamos las fiestas en honor a san Alberto Magno, patrono de nuestra Parroquia. No me preguntes mucho quién fue él, porque tampoco nosotros le conocemos mucho ni difundimos su devoción. Parece ser que la única razón por la que la iglesia está dedicada a este santo es que alguna de sus excelencias reverendísimas que ha dirigido esta Arquidiócesis llevaba ese nombre. Pero celebrarlo no deja de ser un buen motivo para edificar comunidad, sobre todo porque, cuando nos enteramos, resultó que fue uno de esos Obispos ejemplares que renunció (en 1262) a su Diócesis (Ratisbona) para dedicarse a la enseñanza y a la investigación de manera tan admirable que fue proclamado Doctor de la Iglesia (desde 1931). Y aunque su memoria se celebra el 15 de noviembre, adelantamos su fiesta, como te decía, para el domingo. Un amigo cura, que de casualidad se llama también Alberto, me dijo hace unos meses (en una discusión, para no variar) que si no amaba a la Iglesia no debería predicar dentro sino sólo “lo que siempre se ha creído” –lo dijo por ciertas afirmaciones mías respecto algunos temas candentes–. Lo que él no tenía claro eran tres cosas: primero, sí amo a la Iglesia, segundo, la misma no ha sido siempre lo que es hoy en algunos ambientes fundamentalistas y pseudo-conservadores y, tercero, “lo que siempre se ha creído” con certeza son aquellos dogmas que en ningún momento cuestioné. Supongo que el buen santo Obispo religioso tuvo esto muy en claro cuando decidió dar a la Iglesia lo mejor de sí, aunque significara abandonar tareas tan nobles, como pueden llegar a ser el pastoreo y la guía de una Diócesis, por otras más sencillas en apariencia.

Y mientras andábamos en esas organizaciones, en la finca nos instalaban, siempre sí, una línea de teléfono (toma nota: 265.29.04) con todo y centralita (conmutador) y cinco extensiones.

Mas, cuando intentaba diseñar en el ordenador algunos letreros para las fiestas, el sábado 13 por la tarde se acercó a mí el hermano aspirante Gerardo a decirme que se quería despedir:

– ¿A dónde vas?, pregunté.

Me dijo que se iba de la comunidad a las seis de la tarde –en ese momento serían como las cuatro–. Me sorprendió mucho: hasta ese momento Gerardo Gaspar había sido de los hermanos más queridos por su nobleza y su sencillez, por ser trabajador y por estar siempre disponible para cualquier trabajo.

–Si es una decisión que ha sido meditada, orada y puesta en las manos del Señor, con seguridad Él te bendecirá y te acompañará. ¿A qué te vas a dedicar ahora?

Y me contó muy en resumen que iría con su familia y trabajaría con ellos, como lo había hecho antes. No quise atosigarlo en ese momento con ningún interrogatorio, pues me pareció el momento menos oportuno y mis preguntas hubieran sido muy trilladas, como de hecho curiosearon los demás: si ya lo había pensado bien, si ya lo había hablado con los superiores, desde cuándo lo había decidido, si estaba seguro. Cierto, su ida dejaba un hueco –y un interrogante– grande en la comunidad (a un mes de terminar el semestre), pero a dos horas de su salida hacerle la partida más difícil era, a mí opinión, lo que menos necesitaba.

Al día siguiente, con la herida de la separación en el ambiente comunitario, celebramos con los fieles la Eucaristía en torno a la presidencia del excelentísimo señor Arzobispo metropolitano, don Juan Francisco Sarasti, pastor de esta Arquidiócesis. Como nuestra iglesia no es muy grande, nos reunimos mejor en el coliseo de la Fundación Colegio Santa Isabel de Hungría (ese gimnasio en el que te comentaba caben unas mil quinientas personas en la gradería y está anexo a nuestra Casa). Todo salió muy bonito y, como rito final, salimos, más o menos desordenados, para la bendición de la primera piedra de nuestra siguiente obra, la cual queremos sea un centro comunitario que brinde servicios para la gente a lo largo del día, por eso le quieren llamar “Centro-Día” (aunque en lo personal ese nombre me parece poco eufónico). Una construcción de tres mil metros cuadrados y cuatro plantas que espera un poco de la generosidad de todos para ser una realidad que mantenga todos los días en formación a cientos de niños y les aleje de las calles, y de la violencia y las drogas que en ellas se encuentran.

Esa misma noche, luego de todo el ajetreo del montaje/desmontaje de la infraestructura de las fiestas, en la tele transmitieron la final del Concurso Nacional de Belleza desde Cartagena de Indias, muy afectada en estos días por las lluvias torrenciales de eso que acá llaman “invierno”. Recuerdo mucho las bromas que hacíamos en la escuela luego de conocer a unos venezolanos muy vanidosos. Decíamos –como vimos una vez en un documental– “Venezuela, fábrica de reinas”. Pues Colombia no se queda atrás para nada. Ha tenido en varias ocasiones mujeres que han ganado el concurso a nivel mundial. Y, en cada festival escolar, en cada feria popular, en todo carnaval, y cada vez que se pueda, eligen a una reina. Lo que me impresiona es el nivel de aceptación popular de este tipo de eventos, como si fuera el único país que no se hubiera enterado de lo corrupto de éstos. En otras palabras, la gente actúa en esos concursos o bien como si creyera que “la elección” de la ganadora no está ya decida de antemano, o como si el “título” de “reina” fuese algo merecido en su totalidad. Cosas arquetípicas de esta cultura.

La madrugada del lunes 15, cuando ya estaba en mi camita y en el quinto sueño, me despertó un empujón tan fuerte que me aventó hasta la pared. Intenté incorporarme cuando abrí los ojos y vi unos resplandores que iluminaron el cielo. Un segundo movimiento de mi cama, más fuerte, me despertó del todo. Las puertas de mi closet rechinaron agitadas. Medio me enredé con el toldillo (una especie de mosquitero colgado sobre la cama, que uso casi desde que llegué, y que cada noche me hace sentir como gringo en una película de safaris). Cuando logré ponerme de pie y medio vestirme salí corriendo hasta alcanzar la planta baja. Era el temblor más fuerte que he sentido en mi vida, y eso que he vivido siempre en zonas muy sísmicas. Un sismo de 6.7 grados Richter, con epicentro en el Chocó (la zona costera del Pacífico), a las cuatro y cuarto de la mañana nos despertó a todos y todos, menos Alexander –que se quedó rezando en el baño–, pudimos salir del edificio sin contratiempo. El terremoto dejó sin energía eléctrica a Cali y, según nos enteramos y vimos después, dañó la mampostería y los acabados de algunos edificios y clínicas privados. Con tan buena suerte el edificio que habitamos, recién remodelado, no sufrió ni un rasguño. Aunque Paco asegura haberlo visto esa noche a contraluz con una pendiente pronunciada.

Así pues, despertados de improviso, regresamos a descansar sólo un momento más, para salir a las 6 hacia la Parroquia y terminar los festejos patronales con una peregrinación-paseo hacia la Basílica de Nuestro Señor en Buga, una población al norte de Cali. La Basílica de Buga es el santuario más visitado en Colombia toda, meta de peregrinaciones y fuente de innumerables testimonios de conversión y milagros. Allí el Padre Mauricio presidió la Eucaristía. Después pudimos ir a un parque que está en otro pueblito, Tuluá, donde pudimos pasear un rato entre canchas, ríos y albercas. Yo me divertí mucho en la alberca organizando guerritas de agua entre varios de los que allí nos bañábamos. Muy cansado, disfruté el viaje de regreso platicando en el bus con Mayra, una chava del grupo de confirmaciones. Aunque me parece que por los cambios de clima y el agua me puedo enfermar muy fácil.

Para terminar –te señalé que habían sido muchas cosas, ¿verdad? –, ayer tuve oportunidad de entrar y visitar el campus de la Pontificia Universidad Javeriana, aquí en Cali. Paco no asistió porque parece a él sí le cayó muy mal el paseito del lunes. Pero, invitados y guiados por el Padre Vladimir conocí unas instalaciones modernas que contrastan con lo que había visto yo acá hasta ahora. Me gustó en especial el oratorio. Todos sus edificios están construidos con ladrillo rojo, y tiene lagos y algún riachuelo artificial que le dan un toque algo naco, pero chido.

Así estuvo esta semana. ¿Y la tuya?

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

jueves, noviembre 11, 2004

 

Semana 14

Holas:

Que el Señor esté contigo.

Como te comentaba, la semana pasada todo el grupo de novicios asistimos a un taller para abordar de manera práctica el tema de la compasión y afrontarlo “con el pueblo que sufre”. Bueno, pues esta semana lo he empezado a poner en práctica. Sin embargo, me siento mal porque mi cambio de actitud comenzó a poner a prueba mis relaciones con algunos de los voluntarios que colaboran con nosotros en el comedor en el que ayudamos por las mañanas. Para ser más específico, con la encargada del equipo de cocineras de los días martes y jueves, la señora Rubiela. Escribí Rubiela, no rubéola, porque así se llama ella aunque Word me lo marque como error. Volviendo al caso, en el taller habíamos platicado sobre las acciones directivas y las educativas, como algunas de las cosas importantes en la clase de servicios que brindamos. El Padre Federico entendía que las acciones directivas buscan la transformación de la realidad, al tiempo que las acciones educativas intentan que los sujetos se hagan personas humanas. El caso es que estaba yo tan metido en aquellas reflexiones, queriendo aplicarlas en el servicio concreto, que este día jueves 11 la cosa se descosió por donde menos lo esperaba: dentro. Rubiela se acercó a la puerta y me pidió que pasaran los hijos de una voluntaria de su equipo. Yo le pedí que esperaran su turno como todos los demás niños. En ese momento habría unas treinta personas esperando pasar. Ella insistió, y, al instante, le respondí que así como yo no iba a la cocina a indicarle como cocinar, así ella tampoco tendría que venir a organizar la entrada de los niños. En un santiamén se dio la vuelta y se metió enojada a la cocina. La señora Rubiela es gordita, bajita y cincuentona, tiene el cabello corto y cocina bien. Al final de la jornada, una vez que ya no había filas en la puerta, entré a la cocina y busqué a la mamá de los niños. Ésta me dijo la disculpara, que todavía estaba “brava” (es decir, enojada y resentida). En cambio, cuando busqué a doña Rubiela, ella ni siquiera me dirigió la palabra. Así que, enfundado en las ideas del taller, la enfrenté y le pregunté qué le pasaba. Ella me salió con una sarta de cosas en las que incluyó muchas que ya tenía atrasadas, empezando con la idea de lo injusto que le parecía no darle privilegios a los hijos de las voluntarias, pasando por la constatación de lo que le había dicho su mamá sobre lo orgulloso de los mexicanos, y terminando con la afirmación de haber equivocado su primera impresión sobre mí. Lo que ella no supo y no sabe es que para cuestiones de argumentación, cualquier seminarista sabe dos o tres reglas básicas, por lo que, retomando punto por punto, rebatí todas sus afirmaciones, excepto las de carácter personal y de apreciación. Porque para mí, hay más injusticia en servir con dos cucharas diferentes los platos, según sean para las voluntarias, sus esposos y sus hijos una grande o para los demás una chiquita. Respecto a lo orgulloso de los mexicanos, sólo le comenté que no era bueno generalizar, porque sería como pasa en la actualidad con los colombianos, a muchos les parece que todos son narcotraficantes y corruptos, aunque no todos lo sean. Y así por el estilo. La cosa es que algunas cosas me dolieron y otras más me hicieron reír.

Lo llamativo fue descubrir una faceta más de la cultura colombiana. Esa vez fue la primera que alguien me llama “atrevido” (después averigüé que en el uso local adquiere la segunda significación del diccionario, esto es algo así como “insolente”, es como si me hubiera dicho “jovencito, me ha faltado al respeto que me merezco”, lo cual tampoco deja de ser chistoso. Por cierto, la primera acepción es la de arriesgado).

Hablando de cultura colombiana, esta semana vimos las películas Colombianos, un acto de fe y Sístole y diástole. Una buena dosis de racismo, clasismo y pobreza, en un marco de enredos de pareja clásicos.

A pesar de todo, lo mejor de la semana fue la película Decisiones del corazón, que vimos el miércoles 10 en una copia casera de cuando la programaron en un canal de cable y que envió una familia de su pueblo al Padre Vladimir. Aunque ya había yo visto esa película hace como siete años, esta ocasión me pareció más fabulosa todavía. El filme trata sobre la vida de una misionera que junto a otras tres religiosas fueron asesinadas en El Salvador en tiempos de Monseñor Romero, quien tiempo después también fue asesinado, como también te comentaba la semana pasada. Muy realista, muy emotiva, muy recomendable. Yo supongo que no seré mártir –no lo sé en realidad– pero, ojalá tuviera una experiencia de conversión y de seguimiento de Jesús como lo tuvieron todos estos religiosos salvadoreños en las épocas más duras de la represión militar.

Lo anterior me parece cada vez más complicado. Imagínate, esta semana nos compraron una mesa de ping-pong. En palabras franciscanas, la hermana pobreza se aleja cada vez más. Mientras que lo que sí puedo hacer no lo hago, por ejemplo esta semana se me olvidó el cumpleaños del Padre Ismael, que también es "mexicanito", y no lo felicité ¡sino hasta un día después!

Lo que sí puedo hacer es desear que te vaya muy lindo esta semana.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

jueves, noviembre 04, 2004

 

Semanas 12 y 13

De nueva cuenta… con la oportunidad de escribirte aunque con un poquito de retraso, para no variar. A pesar que suponía tendría más tiempo para comunicarte algunas de estas vivencias sudamericanas, no ha sido así por el ajetreo con que se ha desarrollado este lapso.

Después que te escribí, el domingo 24 de octubre se celebró en el coliseo del colegio que está junto a nuestra parroquia el Primer Festival de la Canción Misionera. Hay algunas cosas que puntualizar para explicar mejor cómo estuvo el asunto. Para empezar, a lo que nosotros conocemos como gimnasio acá le dicen “coliseo” y, en este caso, su capacidad es como de 1500 personas sentadas en las gradas. Como te imaginarás, a lo largo del día del festival nunca estuvo ni al 10 % de ocupación. Por otra parte, la sede fue el Colegio Santa Isabel de Hungría, que es una fundación de la Arquidiócesis de Cali, y sobre el cual no tenemos mayor responsabilidad ni mayores derechos que los de atender la capillita y dar alguna que otra clase de religión. Así, pues, el Festival lo organizó la pastoral arquidiocesana de las misiones, para resaltar a octubre como Mes de las Misiones, y lo inauguró uno de los obispos auxiliares luego de celebrar la Eucaristía dominical con nosotros. Yo estuve allí con Paco un buen rato, hasta que, por la tarde, Rafael, hermano y uno de los estudiantes de filosofía, participó con su tema “Que el Espíritu de Señor nos haga sus testigos”. Como te podrás imaginar, ni con semejante título —o, mejor dicho, por semejante título— no alcanzó algún lugar en la premiación.

Y mientras nosotros estábamos durmiéndonos en las gradas duras del coliseo vacío y estruendoso, a varios cientos de kilómetros —como dijera “Sin Bandera”—, en la capital colombiana, la sin par reina de Jordania participaba en el acto protocolario por el que se destruían las últimas 6184 minas antipersonales que usaba y guardaba el ejército y por las que, todavía hoy, dos colombianos al día sufren alguna mutilación. Con esa determinación en Bogotá, Distrito Capital, se ponía fin a ese drama y Colombia se convertía así en el primer país que cumple con la convención que busca erradicar por fin este tipo de armas, muy usadas para proteger las inmediaciones de campos militares y trincheras, o atacar los probables puntos de paso de los guerrilleros.

Bueno, en cosas más profundas, la tarde del lunes 25 tuvimos en la villa y junto a todos los padres y hermanos de la comunidad un retiro sobre la afectividad y la sexualidad en la vida religiosa. Sólo te diré prevaleció el punto de vista de la psicología analítica.

Ya para el miércoles 27 visitamos el Seminario Mayor Arquidiocesano San Pedro Apóstol, para tener una clase con el presbítero licenciado Germán Martínez, especialista en teología bíblica. Me gustó mucho su dinámica de clase, ya que haciendo alusión a un texto bíblico del Apocalipsis, a cada uno nos hizo sacar de una caja una piedrita blanca con un nombre escrito en ella. El que a mí me tocó fue el de “mirado”. No sé todavía que signifique, pero me acordé de lo que me escribió un buen amigo cuando le avisé que entraba por fin al noviciado. Me dijo que pusiera mucha atención en el “nombre nuevo” con el cual el Señor me nombraría. Pero bueno, lo que sé pude mirar esa tarde fue la desproporción que hay entre las instalaciones de ese Seminario y la calidad de vida de la población caleña en general. No creo aventurar mucho si afirmara que por allí hubo para su construcción limosnas no muy santas…

A propósito, el que parece todo un santo es el “Ché” Guevara en “Diarios de motocicleta”, película que narra el viaje de Don Ernesto cuando joven por estas benditas tierras sudacas. A la salida del Seminario pudimos verla en Cine Colombia (la versión local de los Cinemex), en una escapatoria que me pareció toda una aventura clasista. ¿Puedes imaginarte que en una misma sala de cine hay una sección “de primera” y una “general”, que los boletos están numerados y que, por eso, no puedes escoger dónde sentarte? Esto aparte, lo que te recomiendo demasiado es la película, en la que además actúa Gael García Bernal con un acentito argentino bastante simpático.

Pero lo que sí está como para una película es la vida del padre que nos dirigió las actividades del sábado 30 de octubre al lunes primero de noviembre. En la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, al lado de nuestro barrio, asistimos al taller sobre “Cómo Vivir el Ministerio de la Compasión con el Pueblo que Sufre”. Aunque el título del taller puede llegar a sonar muy trágico, la verdad es que la realidad de la zona en la que vivimos está como para esta clase de títulos e incuso más. Bueno, te platicaba del asesor, el sacerdote diocesano Doctor Federico Carrasquilla, quien vive en Medellín. Desde hace años en su Arquidiócesis mantuvo una postura recta en el seguimiento de Cristo, actitud que le fue llevando a encrucijadas tales como tener que optar entre los individuos y las instituciones. Por su Arzobispo fue poco apreciado y hay varias anécdotas del porqué. Por ejemplo, cuando el Obispo estaba recién llegado solía emitir casi cada semana decretos, lo cuales en pocas ocasiones eran beneficiosos para las mayorías pobres, hasta que en una ocasión un sacerdote se puso de pie en la junta acostumbrada de presbiterio y pidiendo la voz dijo que no estaba de acuerdo con tal abundancia de decretos. El Doctor Carrasquilla se puso de pie y le respondió que no estaba de acuerdo, porque la labor del Obispo era ésa —dar decretos, gobernar— pero que no era obligación de los sacerdotes cumplir con esas disposiciones. Así poco a poco fue colmándole la paciencia a su superior. Más adelante, siguiendo con la prioridad de las personas y no de las instituciones, se le ocurrió falsificar una Fe de Bautismo para lograr que un obrero recibiera su pensión merecida por su jubilación. Pero con eso tuvo la mal afortuna de darles el pretexto perfecto para que tomaran represalias en su contra. El Arzobispo le quitó de la Parroquia, le suspendió del ministerio sacerdotal —una sanción “a Divinis”— y no le volvió a admitir como parte de su Presbiterio. Entonces él se fue a vivir a la zona más pobre de Medellín, en los suburbios de las montañas, llevando allá su testimonio del Evangelio. Y, desde entonces, la Conferencia de Religiosos de Colombia le pide cursos y asesoría cada vez que se puede. Dicen que a Cali viene sólo una vez al año, por eso qué bueno que aprovechamos su sabiduría y su testimonio de vida esta vez que pudimos. Con él celebramos la Eucaristía y compartimos momentos muy intensos de oración y reflexión. Al finalizar el taller vimos una película sobre la vida de Monseñor Romero, el Arzobispo de El Salvador, quien fue asesinado mientras celebraba Misa, por encargo del gobierno de aquel entonces. El vídeo fue preparado por la oficina arquidiocesana para la beatificación y se encuentra más información en www.romeroes.com. En fin, el taller fue de mucho provecho para las situaciones que vivimos día a día en la Parroquia.

Espero que sigas bien.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

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