jueves, noviembre 18, 2004

 

Semana 15

Hola:

Espero que estés muy bien.

¿Por dónde empezar cuando la semana no estuvo tan bien?

Este período hubo muchos acontecimientos en nuestra comunidad y en mi vida personal. Sin embargo, parece que no fueron lo mejor que pudo sucederme. ¿Recuerdas que te conté lo mal que lo pasé el jueves con la señora Rubiela, una de las encargadas del comedor en el que participo como novicio-voluntario? Bueno, pues al día siguiente tuve también una discusión con Alexander, de mi grupo de novicios. El tema era de poca importancia: el rol para el servicio al Banco de alimentos, es decir, para ir a recoger el viernes la comida de los niños del comedor que nos proporcionan en la Fundación de la Arquidiócesis. No obstante, la disputa fue reflejo de unas malas relaciones que hemos ido llevando él y yo. Por falta de organización mía, mientras desayunábamos casi todos los novicios, pregunté quién iría al Banco el mismo día que se había de ir. Y, claro, mi pregunta indicaba que ninguno de los tres que habíamos ido la semana pasada iríamos esta ocasión. Hubo silencio. Alex tuvo la mala suerte de empezar a compartirnos su agenda para ese día. A mí me molestó porque yo bien suponía no faltaría el que tuviera “cosas que hacer”. Le exhorté, si ya tenía pretexto, lo platicara con los demás para ver si lo suplirían. Me contestó no era pretexto. Y así, nos fuimos enfrentando con palabras y frases cada vez más duros, sobre todo porque salieron a relucir los prejuicios que nos hemos ido haciendo uno del otro. Por ejemplo, cuando me señaló su mucha disponibilidad para realizar ese servicio, le reviré que su disponibilidad correspondía a un catorceavo, esto es una ocasión de cada catorce. Él me remarcó mi incoherencia al querer organizar los horarios de la vida de los demás, mientras no permito nunca que alguien me organicé los míos, y así por el estilo…

En fin, cuando todo terminó, me quedé con un sabor feo. Al salir del comedor, a Paco, que no había estado presente, le expresé que se había perdido “el numerito que [yo] acababa de hacer en el desayuno”. Alex terminó realizando el servicio y esa tarde me quedé en la casa pensando en lo inoportuno de la situación ¡y, además, sin nada qué hacer!

Quizá lo bueno ha sido que estrechado un poco más los lazos con otros hermanos con quienes casi no había compartido hasta ahora, como Roberto o José por ejemplo.

Pero bueno, el fin de semana hubo, sin embargo, mucho ajetreo en la Parroquia, tanto que de momento se me olvidaron estas situaciones. El domingo 14 de noviembre celebraríamos las fiestas en honor a san Alberto Magno, patrono de nuestra Parroquia. No me preguntes mucho quién fue él, porque tampoco nosotros le conocemos mucho ni difundimos su devoción. Parece ser que la única razón por la que la iglesia está dedicada a este santo es que alguna de sus excelencias reverendísimas que ha dirigido esta Arquidiócesis llevaba ese nombre. Pero celebrarlo no deja de ser un buen motivo para edificar comunidad, sobre todo porque, cuando nos enteramos, resultó que fue uno de esos Obispos ejemplares que renunció (en 1262) a su Diócesis (Ratisbona) para dedicarse a la enseñanza y a la investigación de manera tan admirable que fue proclamado Doctor de la Iglesia (desde 1931). Y aunque su memoria se celebra el 15 de noviembre, adelantamos su fiesta, como te decía, para el domingo. Un amigo cura, que de casualidad se llama también Alberto, me dijo hace unos meses (en una discusión, para no variar) que si no amaba a la Iglesia no debería predicar dentro sino sólo “lo que siempre se ha creído” –lo dijo por ciertas afirmaciones mías respecto algunos temas candentes–. Lo que él no tenía claro eran tres cosas: primero, sí amo a la Iglesia, segundo, la misma no ha sido siempre lo que es hoy en algunos ambientes fundamentalistas y pseudo-conservadores y, tercero, “lo que siempre se ha creído” con certeza son aquellos dogmas que en ningún momento cuestioné. Supongo que el buen santo Obispo religioso tuvo esto muy en claro cuando decidió dar a la Iglesia lo mejor de sí, aunque significara abandonar tareas tan nobles, como pueden llegar a ser el pastoreo y la guía de una Diócesis, por otras más sencillas en apariencia.

Y mientras andábamos en esas organizaciones, en la finca nos instalaban, siempre sí, una línea de teléfono (toma nota: 265.29.04) con todo y centralita (conmutador) y cinco extensiones.

Mas, cuando intentaba diseñar en el ordenador algunos letreros para las fiestas, el sábado 13 por la tarde se acercó a mí el hermano aspirante Gerardo a decirme que se quería despedir:

– ¿A dónde vas?, pregunté.

Me dijo que se iba de la comunidad a las seis de la tarde –en ese momento serían como las cuatro–. Me sorprendió mucho: hasta ese momento Gerardo Gaspar había sido de los hermanos más queridos por su nobleza y su sencillez, por ser trabajador y por estar siempre disponible para cualquier trabajo.

–Si es una decisión que ha sido meditada, orada y puesta en las manos del Señor, con seguridad Él te bendecirá y te acompañará. ¿A qué te vas a dedicar ahora?

Y me contó muy en resumen que iría con su familia y trabajaría con ellos, como lo había hecho antes. No quise atosigarlo en ese momento con ningún interrogatorio, pues me pareció el momento menos oportuno y mis preguntas hubieran sido muy trilladas, como de hecho curiosearon los demás: si ya lo había pensado bien, si ya lo había hablado con los superiores, desde cuándo lo había decidido, si estaba seguro. Cierto, su ida dejaba un hueco –y un interrogante– grande en la comunidad (a un mes de terminar el semestre), pero a dos horas de su salida hacerle la partida más difícil era, a mí opinión, lo que menos necesitaba.

Al día siguiente, con la herida de la separación en el ambiente comunitario, celebramos con los fieles la Eucaristía en torno a la presidencia del excelentísimo señor Arzobispo metropolitano, don Juan Francisco Sarasti, pastor de esta Arquidiócesis. Como nuestra iglesia no es muy grande, nos reunimos mejor en el coliseo de la Fundación Colegio Santa Isabel de Hungría (ese gimnasio en el que te comentaba caben unas mil quinientas personas en la gradería y está anexo a nuestra Casa). Todo salió muy bonito y, como rito final, salimos, más o menos desordenados, para la bendición de la primera piedra de nuestra siguiente obra, la cual queremos sea un centro comunitario que brinde servicios para la gente a lo largo del día, por eso le quieren llamar “Centro-Día” (aunque en lo personal ese nombre me parece poco eufónico). Una construcción de tres mil metros cuadrados y cuatro plantas que espera un poco de la generosidad de todos para ser una realidad que mantenga todos los días en formación a cientos de niños y les aleje de las calles, y de la violencia y las drogas que en ellas se encuentran.

Esa misma noche, luego de todo el ajetreo del montaje/desmontaje de la infraestructura de las fiestas, en la tele transmitieron la final del Concurso Nacional de Belleza desde Cartagena de Indias, muy afectada en estos días por las lluvias torrenciales de eso que acá llaman “invierno”. Recuerdo mucho las bromas que hacíamos en la escuela luego de conocer a unos venezolanos muy vanidosos. Decíamos –como vimos una vez en un documental– “Venezuela, fábrica de reinas”. Pues Colombia no se queda atrás para nada. Ha tenido en varias ocasiones mujeres que han ganado el concurso a nivel mundial. Y, en cada festival escolar, en cada feria popular, en todo carnaval, y cada vez que se pueda, eligen a una reina. Lo que me impresiona es el nivel de aceptación popular de este tipo de eventos, como si fuera el único país que no se hubiera enterado de lo corrupto de éstos. En otras palabras, la gente actúa en esos concursos o bien como si creyera que “la elección” de la ganadora no está ya decida de antemano, o como si el “título” de “reina” fuese algo merecido en su totalidad. Cosas arquetípicas de esta cultura.

La madrugada del lunes 15, cuando ya estaba en mi camita y en el quinto sueño, me despertó un empujón tan fuerte que me aventó hasta la pared. Intenté incorporarme cuando abrí los ojos y vi unos resplandores que iluminaron el cielo. Un segundo movimiento de mi cama, más fuerte, me despertó del todo. Las puertas de mi closet rechinaron agitadas. Medio me enredé con el toldillo (una especie de mosquitero colgado sobre la cama, que uso casi desde que llegué, y que cada noche me hace sentir como gringo en una película de safaris). Cuando logré ponerme de pie y medio vestirme salí corriendo hasta alcanzar la planta baja. Era el temblor más fuerte que he sentido en mi vida, y eso que he vivido siempre en zonas muy sísmicas. Un sismo de 6.7 grados Richter, con epicentro en el Chocó (la zona costera del Pacífico), a las cuatro y cuarto de la mañana nos despertó a todos y todos, menos Alexander –que se quedó rezando en el baño–, pudimos salir del edificio sin contratiempo. El terremoto dejó sin energía eléctrica a Cali y, según nos enteramos y vimos después, dañó la mampostería y los acabados de algunos edificios y clínicas privados. Con tan buena suerte el edificio que habitamos, recién remodelado, no sufrió ni un rasguño. Aunque Paco asegura haberlo visto esa noche a contraluz con una pendiente pronunciada.

Así pues, despertados de improviso, regresamos a descansar sólo un momento más, para salir a las 6 hacia la Parroquia y terminar los festejos patronales con una peregrinación-paseo hacia la Basílica de Nuestro Señor en Buga, una población al norte de Cali. La Basílica de Buga es el santuario más visitado en Colombia toda, meta de peregrinaciones y fuente de innumerables testimonios de conversión y milagros. Allí el Padre Mauricio presidió la Eucaristía. Después pudimos ir a un parque que está en otro pueblito, Tuluá, donde pudimos pasear un rato entre canchas, ríos y albercas. Yo me divertí mucho en la alberca organizando guerritas de agua entre varios de los que allí nos bañábamos. Muy cansado, disfruté el viaje de regreso platicando en el bus con Mayra, una chava del grupo de confirmaciones. Aunque me parece que por los cambios de clima y el agua me puedo enfermar muy fácil.

Para terminar –te señalé que habían sido muchas cosas, ¿verdad? –, ayer tuve oportunidad de entrar y visitar el campus de la Pontificia Universidad Javeriana, aquí en Cali. Paco no asistió porque parece a él sí le cayó muy mal el paseito del lunes. Pero, invitados y guiados por el Padre Vladimir conocí unas instalaciones modernas que contrastan con lo que había visto yo acá hasta ahora. Me gustó en especial el oratorio. Todos sus edificios están construidos con ladrillo rojo, y tiene lagos y algún riachuelo artificial que le dan un toque algo naco, pero chido.

Así estuvo esta semana. ¿Y la tuya?

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

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