jueves, noviembre 25, 2004

 

Semana 16

¿Qué tal?

Por acá desastroso.

Creo que puedo empezar recordando un poquito lo último que me pasó la semana pasada. El miércoles, según te conté, visitamos el campus de la Pontificia Universidad Javeriana. Después de lo cual tuve oportunidad de platicar con el hermano Roberto a iniciativa suya. Me llamó aparte luego de una partida de ping-pong en la noche. Caminamos hacia la cancha de básquet y allí me comentó que se había dado cuenta de la forma en cómo me llevaba con dos hermanos. En otras palabras, que ni nos dirigíamos la palabra. Y yo me abrí con él, le dije lo mal que me había llegado a sentir por algunas cosas en las que no congeniaba y la forma en cómo decidí afrontarlo: con mi propia reforma. Para ponerte un ejemplo de algunas de las incoherencias que yo veía, antes de la visita universitaria de ese miércoles nos habían dicho que sólo iríamos a ver y quien no quisiera podía quedarse en casa aprovechando el tiempo. Aún así no faltó el que, al llegar, permaneció en el estacionamiento de la Universidad arriba de la camioneta, sin hacer la visita… En fin, supe también más de Roberto, de su vida y de los problemas que tenía él también para integrarse a estos hermanos. Hace tiempo yo le había preguntado a quemarropa qué esperaba cuando entró a la comunidad, pero me contestó hasta esa noche:

–No esperaba esto.

Conocí una parte del proceso personal que estaba llevando, el cual hasta incluía la posibilidad de cambiarse a una Diócesis. Es decir, Roberto había decidido hacer una crítica radical a lo malo que él veía, aquí y en su Provincia (Estados Unidos), cuya decisión incluía salir de la comunidad. Hice mi parte respecto a lo que me estaba contando: exploración, clarificación, alguna interpretación. No creo que sirviera de mucho porque su decisión parecía estar tomada antes que decidiera contármela.

Los días siguientes Robert hizo lo habitual en estos casos, platicó con el Padre Vladimir y el Padre Pedro, nuestros acompañantes –aunque más para informarles su decisión que para dejarse acompañar en su proceso de discernimiento–.

Mientras tanto, a nivel personal resulta, entre la piscina del parque el día 15, las desveladas al aire libre y lo de las relaciones comunitarias malas de mi parte, me enfermé por primera vez desde mi llegada. Desde el paseo y día a día fui teniendo un dolor en los oídos cada vez más fuerte, hasta que el día viernes no tuve ánimo de levantarme temprano para prepararme a la oración. Vladimir al darse cuenta de mi ausencia, fue a visitarme y, en cuanto me vio hinchado de la cara preparó todo para poder salir temprano de la finca e ir de inmediato al doctor. Gracias a Dios contamos con un seguro en Comfandi, por lo que enseguida tomamos un taxi y, en el viaje, Vladimir y yo intercambiamos visiones sobre el caso de Robert. Al llegar al Seguro no pude evitar conocer otro aspecto de Colombia: aquí está privatizado hasta el Seguro Social. ¡Y aún así el servicio es pésimo! Fíjate, sólo llegar a urgencias hay que esperar en una sala, donde te van atendiendo por turno. Nos tocó el turno 98. Decidimos que podría aguantarme el dolor y mejor hacer una cita para el turno vespertino. Por la tarde me llevaron de nuevo hasta el Seguro, pero esta vez me dejaron allí solito esperando mi turno, mientras acompañaban a Robert en lo que sería un largo ritual de despedida: las compras de souvenirs para llevar y de libros para regalar a la gente antes de irse. A mí me diagnosticaron otitis y una alergia dérmica, la primera gracias a los cambios de presión en la alberca y para la cual me recetaron Amoxicilina (lo mismo que me había ofrecido Paco una noche antes), mientras la alergia me la dejaron de origen desconocido ¡y me la trataron con un jaboncito! No dejé de sentirme un poco frustrado.

Entre todo esto algo bueno había de suceder, así pude, mientras convalecía en cama el sábado completito, con el favor de Dios, dar a luz un proyecto que traía cuando me vine a esta experiencia: celebrar los 400 años de la obra cumbre de la literatura castellana leyendo El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, en una edición popular de Martín Alonso. Desde que llegué a la casa parroquial el Tomo I (de dos) de esta obra andaba rondando por entre los libreros, sin haberle podido encontrar un lugar fijo, pero sí muchas utilidades: pisapapeles, base o tapa de recipientes y tope para otros libros que no podían sostenerse por sí mismos. Una tarde lo tomé y me atrapó. Por cierto, alguien me hizo notar que mi forma de escribir era a veces “demasiado antigua”. No sé a qué se refiera con exactitud esa expresión, tampoco sé en qué grado esta lectura haya influido para que este amigo me escupiera esa frase, lo que sé es que el idioma escrito bien no lo entienden todos. A mí me basta saber ahora –hasta ahora– que gran parte de nuestras expresiones habladas, incluso refranes, provienen de esta composición. Tengo la costumbre de subrayar libros cuando los leo, y aunque casi nunca recojo aparte lo que subrayé, es decir, casi siempre tengo una costumbre inútil, para vencer esta rutina, de la misma obra recogí tan sólo los subrayados siguientes y los quiero compartir contigo:

«Es natural condición de las mujeres desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece» (Don Quijote, Parte I, Cap. XX).
«Dure la vida, que con ella todo se alcanza» (Cap. XXII).
«La esperanza nace siempre juntamente con el amor» (Cap. XXXIII).
«–A Dios vais… –Con Él quedéis.» (Cap. XXXV).
«La verdadera nobleza consiste en la virtud» (Cap. XXXVI).
«A quien Dios se la dio, san Pedro se la bendiga» (Cap. XLV).
«La diligencia es madre de la buena ventura» (Cap. XLVI).
«La mentira es mejor cuanto más parece verdadera, y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible» (Cap. XLVII).

Por fin, pues, ya para el domingo estaba bastante mejorado y con unos simples tampones de algodón en los oídos pude salir de mi cuarto y reintegrarme a las actividades parroquiales. Entre las cosas que no me perdí estuvieron, como te decía, los rituales de Roberto, entre curiosos y bien craneados, que usó y protagonizó para despedirse, los cuales incluyeron invitación al boliche y al billar a todo hermano que quisiera asistir con todos los gastos pagados; a otros les regaló los buzos (así le dicen acá a las playeras) bordados con el escudo de la Orden y las camisas y que le había regalado su Provincial. A mí me tocó un par de libros de espiritualidad en inglés, que me había prestado hace tiempo para seguir practicando esa lengua. En la cena le cantamos alguna canción más o menos triste y algún hermano le dirigió unas palabras. A esa hora a mí ya me había vuelto el dolor de la otitis y lo que quería era descansar.

Con nostalgia, el lunes 22 José, Vladimir y yo madrugamos para acompañar a las 5 a.m. la salida de Robert en vuelo directo a Los Ángeles (LAX).

Para la tarde la vida siguió como de costumbre: a las 4 hubo reunión comunitaria para organizar las festividades decembrinas. Allí se comentó de pasada que convendría reflexionar sobre la salida de Roberto y la salida anterior de Gerardo.

La tormenta se desataría hasta el martes 23, cuando se improvisó una reunión del Noviciado en pleno. Luego de una exhortación del Padre Pedro, nuestro Maestro, comenzamos cada uno de nosotros a hablar sobre cómo nos sentíamos respecto a la salida de Gerardo y la reciente de nuestro connovicio Roberto. Cuando hablábamos de la primera, no había mayor emotividad… cuando hablábamos de la segunda, no podíamos evitar se tocara el tema de las actuales relaciones en casa –fatales, como te he estado contando–. La novedad para mí fue la impresión que tanto Alexander como Carlos tenían de mí, igual de mala que la mía frente a ellos. Y, como hablando se entiende la gente, de mi parte y de la de ellos todo quedó saldado y en buenos términos.

La sorpresa de la tarde fue, pese a lo mío con Alex y Carlos, la revelación del Padre Pedro del motivo más grave que el mismo Roberto le objetó: sin preámbulos y sin cortapisas, en presencia de todos nosotros, el Padre nos dijo que Roberto insinuó que dos de los novicios eran pareja, y que este tipo de actitudes eran también muy frecuentes en la Provincia de Estados Unidos –de donde él venía–. Sin más pruebas que su imaginación loca, dijo también que lo que le había llevado a semejante conclusión fue esa ocasión, de la que te hablé la semana pasada, en que tembló y alguno de nosotros no salió de su cuarto. Según Roberto, esa noche estos dos habrían estado juntos y eso les habría impedido salir de una misma habitación. Mi principal objeción, descontando que Roberto mismo hubiera revisado esos cuartos, es la siguiente: no es obligatorio salir de un cuarto en un temblor y, en caso de sí haber querido salir, a nadie le hubiera detenido el miedo a que le viéramos, ya que ni tiempo hubiera tenido de pensárselo porque todo aquello sucedió en segundos.

Nadie, me parece, se esperaba esa última parte. Nadie tampoco tuvo algo qué agregar a los pensamientos de Robert. No hay necesidad de decir que, como se esperaba, los hermanos negaron todo lo que pudiera pensarse o decirse al respecto, y, además, expresaron toda su disponibilidad a dejar de aparecer juntos, si así se pedía. En otras palabras, si alguien tenía la responsabilidad de que ellos estuviesen reunidos en algunas actividades pastorales eran los que los ponía juntos y no ellos mismos, que ni lo buscaban ni lo pedían. Expresaron asimismo su decisión de irse siquiera el Padre dudaba de su hombría.

Al día siguiente hubo que aplicar una operación de cicatrización o de reanudación de lazos fraternos, para lo cual nos dimos tiempo para platicar entre nosotros. Todavía estaban muy lastimados. Cuando hablé con Alex respecto a nosotros dos, le dije sólo que, a mi entender, una relación de hermanos, como la que estamos intentando, no se da sólo cuando uno coincide en los lugares, sino cuando dejamos en el otro no otra cosa sino la identidad de hermano; es decir, cuando yo dejo al otro ser mi hermano, y yo lo trato, percibo y amo como tal. Una relación así marca a la otra persona y me marca a mí de tal manera que las circunstanciales barreras ni del tiempo ni del espacio pueden romper esta relación, porque forma parte de lo que soy yo y de lo que el otro es. Mejor dicho, como lo que tú y yo estamos intentando a través de estas comunicaciones: no buscamos el chisme, ni saber qué sí y qué no pasó, sino profundizar nuestro encuentro venciendo las barreras de la distancia física y de nuestras rutinas; al menos mi intención, te repito, no es chismear, sino que me conozcas y sepas cómo, en estas experiencias, actúa Dios.

Aunque, por como quedaron las cosas, el jueves nadie quiso ni se acordó de celebrar el muy gringo día de Acción de Gracias.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

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