jueves, febrero 17, 2005

 

Semana 28

¿Qué más?

La expresión « ¿qué más?» aquí en Colombia es usada para un saludo informal equivalente a otras como « ¿qué tal?» o « ¿qué onda?». Cuando la escuché por primera vez, no la entendí así, y me pareció que estaban o desesperados o aburridos.

¿Qué más, pues? Espero que chévere.

«Chévere», por su parte, es otro modismo y, aunque por eso su significado depende del contexto en el que se encuentre, te diría que figura en lugar de nuestra exclamación «padre» o como algo agradable en general.

Después de estas curiosidades léxicas colombianas déjame decirte que esta semana estuvo tranquila. No sé si sea pecado expresar lo siguiente, pero, después de la partida de Jaime y ahora que sólo somos cinco novicios, las cosas van mucho más tranquilas esta cuestión de mi vida comunitaria.

Además, esta semana llegaron de visita la madre y las tías del hermano José desde Timbiquí, un pueblito de la región del Pacífico colombiano. Así que aprovechando su estancia aquí, José organizó un paseo a la vecina ciudad de Buga para que conocieran el famoso santuario, ya que en toda su vida ellas nunca lo habían visitado. A las ocho de la mañana partimos con la buseta llena (a las camionetas de pasajeros les llaman «busetas» por acá). Me tocó manejar y también me tocó que me detuvieran en un retén de control, lo bueno fue que todos los papeles estaban en orden y que el sargento había sido seminarista (o sea, el charolazo, pues).

La ciudad de Buga es una de las más antiguas de Colombia, dicen que sus orígenes se remontan a la presencia de indígenas caribes. Como ciudad colonial desde 1555 tuvo los nombres de Nueva Jerez de Los Caballeros y, después, Guadalajara de Buga. Está sólo a unos 80 kilómetros de Santiago de Cali, en el centro del valle del Cauca. Entre sus principales atracciones está la basílica menor del Señor de los Milagros, donde se venera un cristo de caña cuya leyenda incluye la narración de una vez que lo iban a quemar y empezó a sudar. Dicen que la gente quitó la imagen del fuego y limpió el sudor con sus pañuelos y que al acercar éstos a los enfermos, ellos sanaban. El origen de la imagen es también legendario, pues se dice que llegó flotando en por el río y que una mujer piadosa fue su primera bienhechora cuando dio a un indigente la plata (así dicen acá a «la lana») que tenía destinada a la construcción de una ermita para la imagen. Lo cierto es que, alrededor de esta Iglesia, florece –como en otros santuarios– una gran industria de turismo religioso que apoya gran parte de la economía local y que su fama a nivel nacional le ha dado al municipio el título de «La Ciudad Señora, Buga la grande».

Para mí fue la tercera visita. Mi experiencia es que el lugar se presta poco a la oración por la multitud de peregrinos y por el estilo arquitectónico del templo. Construido en planta basilical, la nave principal tiene columnas que dificultan la visibilidad. Atendido por los Padres redentoristas, todo el conjunto religioso tiene elementos de mal gusto en su ornamentación: desde foquitos tipo feria que rodean todos los arcos del techo hasta televisores empotrados en las paredes que –a manera de pantallas gigantes– intentan suplir la falta de visibilidad para los peregrinos que se quedan en las puertas. Ah, y la fachada está pintada como si fuese de ladrillo rojo, que no lo es, y uno de lejos se la cree. ¿Cómo ves?

Lo bueno fue que, como paseo, aunque no como peregrinación, la visita a Buga me sirvió para recuperar ánimos y aprovechar bien la primera semana de Cuaresma en la que por las tardes tuvimos un retiro y varios temas sobre la vida teatina.

Entre los acontecimientos peligrosos está el intento de secuestro que fue frustrado por la policía la noche del miércoles 16 de febrero en las cercanías de Villa Providencia. Según nos contó don Germán que es uno de los empleados de nuestra finca, todo pasó en la misma carretera donde vivimos, justo en la finca de enfrente, cuando un grupo de maleantes intentaba localizar a uno de los hijos de la familia para cobrarse unos cuantos millones de pesos colombianos que les debía. La policía apareció en uno de esos encuentros providenciales y les incautó desde armas de alto calibre hasta granadas. Sin embargo, cuando nos enteramos nos sentimos muy desprotegidos, primero porque la policía tampoco suele ser muy oportuna en este país y, segundo, porque el día menos pensado nos sucede a nosotros lo mismo, no por tener deudas sino por vivir llamando mucho la atención.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

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