jueves, febrero 24, 2005
Semana 29
Hola, ¿qué más?
Esta semana aunque con pocos acontecimientos, los que ha habido han sido bastante significativos de la época que estoy viviendo por acá. Como recordarás, la semana pasada la policía frustró algunos hechos delictivos justo en la finca de los vecinos. Esta semana la inseguridad me tocó más cerca todavía. Resulta que el viernes 18 de febrero Paco y yo habíamos decidido proyectarle a los chiquitos de los talleres una película apropiada para ellos. Habíamos escogido «Buscando a Nemo», de Píxar y Disney, y la conseguimos, pedimos también el proyector y el equipo de sonido al Padre Pedro y nos lo prestó, total que estaba todo listo para la proyección del video. Sólo faltaba preparar las crispetas (así le dicen acá a las palomitas de maíz). Me ofrecí a comprarlas en la tienda de la esquina porque sabía ya que allí encontraría el maíz y fui por ellas. De camino se me ocurrió buscar en otros establecimientos si es que había un precio menor. Fue así como seguí de largo, sin detenerme en esa tienda, y llegué hasta la de una cuadra más adelante. Cuando entré, la gente estaba seria y no me contestaba, tenía cara de espantada. Enseguida entró uno de los encargados corriendo y, por lo que dijo, deduje que le habían disparado dos balazos a alguien por la calle. Tratando de recordar si los había oído, te puedo decir que no escuché nada diferente a los ruidos normales del tráfico y la gente. De hecho toda esa semana hubo más ruido del normal porque en el Colegio estuvieron celebrando la Semana de la Colombianidad con muchos eventos y la visita de otras escuelas. Así que, aún con más gritos de lo normal, no aseguro haber escuchado ni un solo balazo ni nada que se les parezca. El caso es que, en cuanto me atendieron, me apresuré a regresar y entonces vi, en medio de un grupo de personas, un joven con la cabeza ensangrentada que subían a un taxi. No quise detenerme más y crucé la calle, pero en medio había manchas de sangre y, conforme avanzaba, me di cuenta de que las heridas las había sufrido justo en el umbral de la puerta de la tienda a la que yo iba a ir al inicio. Dicen que «iban por él», es decir, no era un asalto, pero tampoco era una «limpieza», sino una venganza. Hay entre los comerciantes de la zona una iniciativa clandestina para «limpiar» la zona de la escoria social. Esta iniciativa consiste en implementar una contraofensiva a los rateros y matones de la zona, asesinándolos a sangre fría. Del proyecto se encargan unas cuantas personas que viajan de noche en camionetas con vidrios polarizados a alta velocidad y que, sin embargo, son bien conocidas por todos los vecinos porque los extorsionan pidiéndoles dinero «por su propia seguridad». Como sea, el hecho de que pudo ser a mí al que le pasara o que me tocara verlo a mi lado es algo poco tranquilizador.
En este ambiente es en el que nos desenvolvemos. De hecho esa misma tarde, afuera de la capilla San Agustín en la que atienden el Padre Tony y algunos hermanos, hubo también una balacera. La capilla está ubicada en la zona de invasión conocida como Brisas del Cauca, que ocupa un espacio de reserva y de protección elevada contra desbordes del río Cauca conocido como «El Jarillón» (que se llamaría con más propiedad «farillón», con efe). Tiene a su lado una cancha de fútbol y ese día la estaban limpiando para poder usarla porque, como es común en las zonas inseguras, las áreas deportivas sociales se vuelven inútiles por falta de mantenimiento y se convierten en focos de infección social y nido de drogadictos y alcohólicos. En este caso, además, sirve de división entre dos pandillas diferentes. Algo no muy distinto a las escenas de la película brasileña «Ciudad de Dios». Pero, ahora que le han puesto alumbrado público, se podrá jugar hasta de noche en ese sitio. El caso es que mientras mucha gente colaboraba con la limpieza del terreno, comenzó una balacera en la que salieron heridas dos personas, entre ellas una niña a la que le arruinaron un tobillo.
Ya con el campo limpio, al día siguiente se desarrolló allí mismo un torneo de fútbol al que me habían invitado. Si bien me gustaría la pacificación del barrio, la verdad es que decliné todas las invitaciones por mi propia seguridad. Al final, el equipo que formaron algunos padres y hermanos perdió de todas formas.
El domingo, con mucha mejor suerte, el Padre Ismael, el hermano Emerson y yo participamos en un retiro de cuaresma para la capilla San Andrés, en la que ayudo desde que llegué acá. Me dejaron dar una charla breve sobre el encuentro con Jesús en la eucaristía para el que desarrollé el texto de los discípulos de Emaús.
Busca primero el reinado de Dios.
Charly
Esta semana aunque con pocos acontecimientos, los que ha habido han sido bastante significativos de la época que estoy viviendo por acá. Como recordarás, la semana pasada la policía frustró algunos hechos delictivos justo en la finca de los vecinos. Esta semana la inseguridad me tocó más cerca todavía. Resulta que el viernes 18 de febrero Paco y yo habíamos decidido proyectarle a los chiquitos de los talleres una película apropiada para ellos. Habíamos escogido «Buscando a Nemo», de Píxar y Disney, y la conseguimos, pedimos también el proyector y el equipo de sonido al Padre Pedro y nos lo prestó, total que estaba todo listo para la proyección del video. Sólo faltaba preparar las crispetas (así le dicen acá a las palomitas de maíz). Me ofrecí a comprarlas en la tienda de la esquina porque sabía ya que allí encontraría el maíz y fui por ellas. De camino se me ocurrió buscar en otros establecimientos si es que había un precio menor. Fue así como seguí de largo, sin detenerme en esa tienda, y llegué hasta la de una cuadra más adelante. Cuando entré, la gente estaba seria y no me contestaba, tenía cara de espantada. Enseguida entró uno de los encargados corriendo y, por lo que dijo, deduje que le habían disparado dos balazos a alguien por la calle. Tratando de recordar si los había oído, te puedo decir que no escuché nada diferente a los ruidos normales del tráfico y la gente. De hecho toda esa semana hubo más ruido del normal porque en el Colegio estuvieron celebrando la Semana de la Colombianidad con muchos eventos y la visita de otras escuelas. Así que, aún con más gritos de lo normal, no aseguro haber escuchado ni un solo balazo ni nada que se les parezca. El caso es que, en cuanto me atendieron, me apresuré a regresar y entonces vi, en medio de un grupo de personas, un joven con la cabeza ensangrentada que subían a un taxi. No quise detenerme más y crucé la calle, pero en medio había manchas de sangre y, conforme avanzaba, me di cuenta de que las heridas las había sufrido justo en el umbral de la puerta de la tienda a la que yo iba a ir al inicio. Dicen que «iban por él», es decir, no era un asalto, pero tampoco era una «limpieza», sino una venganza. Hay entre los comerciantes de la zona una iniciativa clandestina para «limpiar» la zona de la escoria social. Esta iniciativa consiste en implementar una contraofensiva a los rateros y matones de la zona, asesinándolos a sangre fría. Del proyecto se encargan unas cuantas personas que viajan de noche en camionetas con vidrios polarizados a alta velocidad y que, sin embargo, son bien conocidas por todos los vecinos porque los extorsionan pidiéndoles dinero «por su propia seguridad». Como sea, el hecho de que pudo ser a mí al que le pasara o que me tocara verlo a mi lado es algo poco tranquilizador.
En este ambiente es en el que nos desenvolvemos. De hecho esa misma tarde, afuera de la capilla San Agustín en la que atienden el Padre Tony y algunos hermanos, hubo también una balacera. La capilla está ubicada en la zona de invasión conocida como Brisas del Cauca, que ocupa un espacio de reserva y de protección elevada contra desbordes del río Cauca conocido como «El Jarillón» (que se llamaría con más propiedad «farillón», con efe). Tiene a su lado una cancha de fútbol y ese día la estaban limpiando para poder usarla porque, como es común en las zonas inseguras, las áreas deportivas sociales se vuelven inútiles por falta de mantenimiento y se convierten en focos de infección social y nido de drogadictos y alcohólicos. En este caso, además, sirve de división entre dos pandillas diferentes. Algo no muy distinto a las escenas de la película brasileña «Ciudad de Dios». Pero, ahora que le han puesto alumbrado público, se podrá jugar hasta de noche en ese sitio. El caso es que mientras mucha gente colaboraba con la limpieza del terreno, comenzó una balacera en la que salieron heridas dos personas, entre ellas una niña a la que le arruinaron un tobillo.
Ya con el campo limpio, al día siguiente se desarrolló allí mismo un torneo de fútbol al que me habían invitado. Si bien me gustaría la pacificación del barrio, la verdad es que decliné todas las invitaciones por mi propia seguridad. Al final, el equipo que formaron algunos padres y hermanos perdió de todas formas.
El domingo, con mucha mejor suerte, el Padre Ismael, el hermano Emerson y yo participamos en un retiro de cuaresma para la capilla San Andrés, en la que ayudo desde que llegué acá. Me dejaron dar una charla breve sobre el encuentro con Jesús en la eucaristía para el que desarrollé el texto de los discípulos de Emaús.
Busca primero el reinado de Dios.
Charly