jueves, marzo 03, 2005

 

Semana 30

¿Qué más?

Espero que bien.

Este jueves recuperamos un espacio que había sido interrumpido por las festividades navideñas y algunos trabajos pastorales: el acompañamiento del sacerdote franciscano fray Jorge Tulio. Con él estaremos revisando nuestra estructuración familiar mediante una herramienta llamada «familiograma».

Pero llegó el sábado y fíjate que, cuando pensé que las cuestiones relativas a mi seguridad no podrían empeorar, sucedió lo que menos me imaginaba: una niña me mordió.

Como te comenté hace tiempo, los sábados Paco y yo ofrecemos en el comedor catequesis infantil para preparar al Bautismo y la primera Comunión. Asisten no más de 25 pequeñitos, en su mayoría del sector del Farillón, esa zona de invasión que te mencioné la semana pasada. Casi siempre nos dividimos el grupo, mientras Paco trabaja con los chiquitos de siete u ocho años, yo me quedo con los más grandecitos. Al comenzar, sin falta, cada sábado a mi grupo le pido un trato: que me dejen hablar sin interrupciones ni murmullos y que participen en orden, levantando la manito (acá no les importa la concordancia, se dice “la manito”, no “la manita”) o haciendo lo que yo les vaya indicando, como puede ser dibujar, colorear, jugar, escribir o actuar. Ellos aceptan, claro, y acordamos que, en caso de faltar a nuestro acuerdo, les pediría que abandonaran la sesión y les reduciría su asistencia de ese día a sólo la mitad. Les digo que cada asistencia se anota y que será una de las cosas que se tomarán en cuenta para recibir sus sacramentos este año.

Pero este sábado Hilda, de nueve años de edad, no quiso salirse luego de que se lo pedí por estar platicando mucho. No era la primera distraída, de hecho ya había sacado a dos niños antes que ella. Además, siendo sinceros, ni siquiera considero un castigo severo, ni mucho menos, el pedirles que se salgan. Si a mí me lo hubieran pedido de niño, con gusto hubiera salido un día de la catequesis. Ella, sin embargo, me parece que lo consideró una humillación. Ya sabes, es la típica niñita bien portada, bien peinada, limpiecita, que recibe cuidados como de hija única (en estos momentos sólo tienen que cuidarla a ella); que presentaba bien sus trabajos; participaba en todas las preguntas y se burlaba de los que no sabían o de los que yo sacaba…

Me hizo perder quince minutos desde que le pedí que saliera, y lo hice tras dos admoniciones de silencio con sus respectivas advertencias de salida. Es más, fue tanto el tiempo que hasta me dio oportunidad de conseguir cómo escribirle una nota a sus papás y hasta escogimos al niño que la llevaría. Y, como seguía sin salirse, le dije que la borraba en definitiva de mi lista hasta que su mamá, al menos, viniera a hablar conmigo.

Fue entonces cuando se levantó y se subió a una de las mesas que entre semana usamos en el comedor. Como eso, sin duda, se pasaba de la raya, la tomé de su manita y me quise dirigir a la puerta con ella. En eso lanzó una mordida hacia el frente y, de no ser porque llevaba un buzo que me había regalado mi mamá dos tallas más grande, esa niña me hubiera arrancado un pedazo, pero sólo se llenó su boquita de pura tela, lo que aprovechó para rasgar y rasgar, hasta que me dejó con la panza al descubierto mientras me miraba con unos ojos llenos de rabia y humillación.

En esa escena estaba cuando se acercó Efraín, uno de los catequistas de la Parroquia que ese día se había ofrecido para ayudarnos. La niña, a quien yo sujetaba de las muñecas para que no se me acercara más, le dijo con la boca todavía llena de tela que ni se acercara porque le rasgaría también a él la camisa. Al oírla no permití que amenazara a nadie más y así, cargándola de las manos que tenía bien sujetas, la saqué hasta la calle y le pedí se fuera a su casa. Cuando levanté los ojos todos los vecinos nos miraban; supongo que habían salido al oír gritar a todos los niños; no faltó el viejito que me gritó: « ¿y a esa mierda de gente están alimentando?» Paco se acercó también y me preguntó asombrado qué pasaba. Estando por fin Hilda en la calle y viéndola todos nosotros, los niños y hasta los vecinos, se agachó, tomó una piedra y la lanzó con mala puntería hacia los cristales del comedor. En seguida mandé al resto de los niños que habían visto de cerca el desarrollo de los acontecimientos que regresaran al interior. Por esa acción le aseguré que yo mismo la daría también de baja del comedor, frase a la que respondió con la finta de lanzar otra piedra. Entre querer retar, querer ver y querer defender, yo no me moví de mi lugar, sino que le pedí al chiquillo que tenía la nota que había escrito para la mamá que se la llevara corriendo y le contara todo lo que estaba pasando. Ella no lanzó la piedra y, cuando vio que le llevarían la nota a su mamá, decidió irse rápido para llegar primero.

A esas alturas del partido, ya no podía dar nada de catequesis, estaba además muy nervioso por lo que aquella niñita pudiera seguir haciendo. Efraín ofreció quedarse con el grupo y ponerle alguna actividad. Mientras esperábamos que se terminara la sesión llegó la mamá de Hilda y tuve que salir a hablar con ella. En momentos me pareció tan agresiva como su hija. Dijo que le hacíamos un favor al sacar a su “Hildita” del grupo y del comedor porque conocía otra Parroquia donde el curso no duraba tanto y porque, “gracias a Dios”, tenía dos trabajos con lo que tampoco necesitaba ya el servicio. De pagarme mi playera, ni palabra. Es más, me dijo que, en cuanto a cuentas, sólo volvería si su hija llegaba a necesitar alguna droga (así le dicen acá a las medicinas) por todo lo que yo le había hecho. Mucho cinismo o, como dicen acá, muy atrevida, ¿no crees?

Ese sábado regresé a la casa parroquial con muchos sentimientos encontrados. Yo mismo mordía a veces de chiquito. (Mi familia diría que era más seguido de lo que yo admitiría.) Ese sábado desde medio día hubo abundante presencia de la Fuerza Aérea en Cali. Me parece que eran aviones caza. Dicen que es normal, de hecho la base militar y su escuela, antes en las afueras, han sido absorbidas por la mancha urbana caleña. Pero es algo a lo que no me he acostumbrado, no me acostumbro y espero no acostumbrarme. Eso unido a mi estado de ánimo no me ayudó a sentirme bien. Les comenté a dos o tres hermanos con los que he profundizado amistad lo que me había pasado y, por primera vez en seis meses, verbalicé frente a ellos que, de seguir así, ya quisiera que se acabara esta experiencia.

El domingo pude platicarle al padre Ismael lo que nos pasó en la catequesis porque nos invitó a Paco y a mí a salir un ratito a tomar algo, mientras todos veían la trasmisión de la entrega de los Oscar. Por cierto, acá esperaban al menos uno para la actuación de la colombiana Catalina Sandino por su papel en María llena de gracia, película local que vimos hace meses y que trata el tema de las “mulas”. Se les llama “mulas” a las personas que se alquilan para pasar cargando en el interior de sus cuerpos sendas cápsulas de cocaína. Te recomiendo veas la película porque todo lo que sale sobre cómo es acá es muy real. En la radio, por ejemplo, hay avisos constantes del gobierno que advierten a la gente que ni se les ocurra intentar el numerito porque en la actualidad hay, nada más en Estados Unidos, 4925 colombianos detenidos.

Conforme avanzó la semana me fui sintiendo menos mal. El martes ya hacía bromas sobre lo sucedido: «no molesten a Hilda porque muerde»; y el miércoles hasta pude presentar en comunidad un resumen del tomo primero del libro Hacia la comunidad del controvertido teólogo Juan José Tamayo Acosta.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

Comentarios: Publicar un comentario



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?