jueves, abril 21, 2005

 

Semana 37

Hola, ¡qué gusto!

Infinidad de acontecimientos históricos a todos los niveles esta semana, ¿no es verdad?

Me pareció muy providencial la manera como se entrelazaron estos hechos. Para empezar este viernes terminó, según nos informaron, el Capítulo de mi Provincia en México. Como te comenté hace ocho días, los hermanos sacerdotes que cuentan con voz y voto se reunieron para tratar la mejor manera de afrontar el estado actual de la Orden a nivel Provincia; allí decidieron que continuaran a la cabeza (del latín capitia, de aquí eso de “capítulo”) los mismos Padres que están desde hace tres años, en un claro ejemplo de sabiduría y prudencia (…).

Parece ser que lo mismo pasó en los máximos niveles jerárquicos, pues la elección de Su Eminencia Cardenal Ratzinger como Sumo Pontífice católico representa la más clara línea de continuidad con los últimos tiempos de su antecesor. No falta el osado (atrevido, dirían por acá) que afirma su elección como la ratificación de quién mandaba de hecho en la curia romana.

Pero vayamos más despacio por muy aprisa que hayan ido el Capítulo provincial y el Cónclave. La mañana del día lunes, mientras Ratzinger todavía en su calidad de Cardenal Obispo Decano dirigía la homilía célebre que le confirmó como predestinado (pre-elegido) para la Sede de Pedro en la Misa Pro-eligendo que invoca el auxilio del Espíritu de Dios y que antecede la entrada de todos los Cardenales al Cónclave, acá los cinco Padres de la Casa se reunieron para celebrar un rito igual de medieval que la muy secreta y muy privada reunión romana: los escrutinios a los hermanos en formación, esto es, el trabajo delicado y sigiloso de reunir información abundante sobre las actitudes de cada formando para después ponerla en común y analizarla con mucha prudencia (…).

Bueno, pues, sólo porque el Espíritu Santo es Dios me queda la convicción de que pudo haber estado en las dos partes al mismo tiempo y con su misma gracia.

Lo cierto es que esa misma tarde, luego de que por la chimenea humilde de la Capilla Sixtina saliese fumata negra, acá nos llamaron para informarnos al mismo tiempo que los escrutinios se habían realizado (sorpresa primera), que los habían realizado con anticipación (sorpresa segunda) porque los enviarían al día siguiente con el Padre Marcelo que viajaría a Madrid, y que a continuación pasaríamos de manera individual y privada a conocer los resultados frente a frente con el equipo formador (sorpresa más grande). Estos ritos, por llamarles de alguna manera, no los había visto desde que estuve en el Seminario Mayor de la Arquidiócesis donde todavía viven mis padres y mi hermana. Pero sólo los había visto de lejos y nunca me había tocado entrar a ver qué tenían que decirme (sorpresa última). Entramos uno por uno, según etapas de formación y edades, de los más avanzados a los más recientes. Esta ocasión me autorizaron presentar a los superiores de mis superiores mi solicitud para abrazar los votos de la Vida Religiosa. Mientras estuve adentro, para relajar mi tensión, me permití bromear con los Padres sobre esta escena como «mi primer cónclave»; aunque algún formador sonrió con esta insinuación, el tono de las entrevistas, parece ser, en general fue serio.

Esa misma tarde supimos que no a todos les había ido bien en los escrutinios, que al que más duro le pegaron fue a mi connovicio Alexander, y que, frente a esto, había decidido salir de la comunidad al día siguiente. Ya para la noche se ausentó del resto de los actos comunitarios y, por mi parte cuando fui a su cuarto a despedirme, sólo atiné a pedirle que se acordara siempre de las palabras del Apóstol Pablo: «todo es gracia».

Por gracia de Dios, por cierto, al día siguiente Paco y yo llegábamos a la Casa Cural para un pequeño descanso de las tareas apostólicas cuando pudimos ver “en vivo”, la transmisión de la fumata blanca que medio tornaba a gris saliendo a deshora desde la misma eventual chimenea humilde de la Capilla Sixtina y que sólo podía significar: Habemus papam. Como para la muerte del Papa Juan Pablo II el Señor Cura y varios de nosotros nos fuimos con la finta, esta vez nadie se levantó del televisor a tocar la única campana del templo. Hasta el Padre Marcelo se esperó al anuncio formal del Cardenal Proto-Diácono, arriesgándose a perder el vuelo a Madrid.

Para mí, antes de todos estos sucesos, era normal tener la esperanza cierta de que el Espíritu Santo actúa… hoy sólo me queda la fe de que actúa.

El miércoles antes del almuerzo pudimos ver, esta vez por desgracia, un poco del noticiero de mediodía. Había algunas imágenes fuertes de las protestas muy violentas que se estaban desarrollando desde la semana pasada en la república vecina del Ecuador. Al finalizar el almuerzo, tuvimos que esperar al Padre Pedro que salió rápido para alguna diligencia así que prendimos el televisor y vimos también “en vivo” la caída del entonces Presidente ecuatoriano tras una semana de protestas en Quito, la capital. Desde que estoy por acá he conocido a unas y unos cuantos ecuatorianos, personas muy sencillas y amabilísimas en su tono y forma de hablar. Cuando intercambié con ellos pensamientos sobre estos hechos me confirmaron que no era la primera vez que pasaba algo semejante, pero me lo dijeron como quien cuenta una travesura. De hecho, muchos de los manifestantes quiteños estaban en las calles retando, más que el fondo, las formas de un gobernante que apenas días antes los llamó “forajidos”. Sí, ¿o qué? (como dicen acá de muletilla).

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

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