jueves, mayo 26, 2005

 

Semana 42

Hola, ¿qué más?

Estos días algunos acá nos dedicamos a elaborar el plan de educación integral de lo que será el Colegio San Cayetano para niños pobres del barrio. Según consejo Don Hernando, director del colegio parroquial, el proyecto del Centro Día ya no será nada más para apoyo escolar, sino toda una escuela –si Dios quiere y el municipio lo costea–. Como sea, elaborar el plan me sirvió de pretexto para ausentarme el viernes de la clase de Seguimiento de Cristo que tomamos en la CRC. Es que entramos a la unidad que titularon “Las mujeres también seguían a Jesús”, para la cual invitaron a una laica con mucha buena voluntad y poca preparación. Parece que a mis hermanos connovicios les gustó la dinámica de ese día. Yo, por mi parte, tuve suficiente con la aburrición de la semana pasada.

Ahora te platico sólo dos cosas: para el domingo las Hermanas de la Compasión organizaron un paseo a un río que cruza la vía Cali-Buenaventura. El Padre Ismael, el hermano Farid y yo nos prestamos a acompañarlas. En todo este tiempo hasta ahora, si algo puedo calificar como “kitch” es con precisión esta experiencia. Se trata de un río hermoso y caudaloso, de aguas cristalinas, que baja entre peñas y quebradas desde algunas de las cumbres andinas que dividen el Valle del Cauca de la franja costera del Pacífico colombiano. La carretera cruza el curso del río y la gente del lugar ha elaborado algunas pequeñas represas para formar piscinas con la misma agua corrediza. Pero no hay mayores instalaciones, es decir, vas en la carretera, te orillas, te bajas, escoges una piedra para dejar tus cosas y te metes al río… Eso hicieron los dos buses y las personas que llevaban las monjitas. Como al Padre Ismael, al hermano Farid y a mí no nos pareció lo más oportuno –no por las piedras, sino la escena–, entonces decidimos desprendernos del grupo y llegar hasta Buenaventura. Buenaventura, una bahía en el Pacífico, es también el puerto colombiano más importante a nivel comercial. Sin embargo, ahora entiendo a todos aquellos que siempre me decían que allí no volverían, y es que el sitio es un desastre turístico: sin ninguna atracción, ni siquiera un mar bonito, cuenta con un “muelle turístico” de sólo unos cien metros de longitud, sucio, oloroso a orines y descuidado. De allí parten lanchas que llevan turistas hasta playas poco más bonitas. Algo valió la pena: ver esas casas de madera que están sobre el mar soportadas sólo por postes de guadua (bambú grueso).

Otra situación fue que, para poder salir temprano –y con todas las licencias necesarias–, pasé una noche fuera de la casa de Noviciado durmiendo en la Casa Parroquial. Ya de camino nos tocó pasar junto al peor incendio en Cali en los últimos 25 años: la accidental carbonización total de unas bodegas en la zona industrial. A esta Ciudad le llueve sobre mojado.

Busca primero el reinado de Dios.
Charly

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